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Madrugar en Panamá: ¿Elección o imposición?

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La movilidad urbana en Panamá es un problema estructural que refleja profundas desigualdades. Quienes viven en las periferias invierten horas en desplazarse hacia el centro, donde se concentran las actividades económicas. Este centro, que debería ser el corazón vibrante de la ciudad, se ha convertido en un espacio contradictorio: exclusivo en algunas zonas, inseguro en otras y desolado después del atardecer.

 

En la ciudad de Panamá, madrugar no parece ser una preferencia personal, sino una estrategia de supervivencia urbana. ¿Realmente nos gusta madrugar o simplemente hemos aprendido que si no salimos “antes del tranque” ya estamos en desventaja?

 

Cada día, miles de personas salen de sus hogares tres o cuatro horas antes de su jornada laboral, incluso desde distancias relativamente cortas. El motivo es claro: el tráfico. La gran mayoría opta por usar carro. Una vez que se tiene carro, el transporte colectivo deja de ser viable, no por falta de infraestructura, sino por percepción de ineficiencia, inseguridad y falta de dignidad en el servicio.


Hoy las brechas son evidentes: mientras el centro permanece subutilizado y exclusivo, miles de familias buscan viviendas en la periferia, “económicamente accesibles” en papel, pero costosas en tiempo y sacrificio, restando convivencia familiar y descanso.

 

Los edificios del centro cuentan la historia de un Panamá que creció allí, pero luego se mudó, dejando una memoria arquitectónica que aún resiste el paso del tiempo. ¿Será posible recuperar ese centro? ¿Recrear y revitalizar sus espacios para que más panameños lo habiten, lo vivan y lo sientan verdaderamente suyo, económicamente accesible? Hoy las brechas son evidentes: mientras el centro permanece subutilizado y exclusivo, miles de familias buscan viviendas en la periferia, “económicamente accesibles” en papel, pero costosas en tiempo y sacrificio, restando convivencia familiar y descanso. Recuperar el centro no es solo estética urbana, sino justicia social y acceso equitativo.

 

Nuestra cultura alegre permite que la población ironice sus dificultades: al sacrificio de madrugar le pone apodos y frases de humor agridulce, simulando sobrevivir a la rutina diaria.

 

¿Qué nos llevó a estar así? Panamá creció de manera fragmentada, guiada más por especulación inmobiliaria que por una visión integral de ordenamiento territorial. Se prioriza el automóvil sobre el transporte masivo. ¿Cuándo se mirará esto con seriedad? Quizás cuando entendamos que los tiempos perdidos y el desgaste de la calidad de vida son formas de desigualdad. Madrugar dejó de ser elección y se convirtió en imposición estructural.

 

La carencia de planificación urbana participativa parece ser la causa raíz. Las decisiones se han tomado de arriba hacia abajo, sin consulta ciudadana real y efectiva, generando una ciudad que responde a intereses económicos inmediatos, pero sin atender las necesidades cotidianas de su gente. Es urgente replantear el rumbo, tener clara una visión de país y, de una vez por todas, enfrentar el desafío de movilidad y vivienda. De lo contrario, seguiremos atrapados en un modelo de ciudad que condena a la mayoría a madrugar mientras posterga indefinidamente el derecho a disfrutar y disponer del tiempo en su propia ciudad, y Panamá seguirá siendo una ciudad diseñada para el tranque, no para su gente.


 

María Angélica Ramírez Salazar

Arquitecta

Estudiante de Maestría de Ordenamiento Territorial para el Desarrollo Sostenible

Universidad de Panamá

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