La Tierra de mis Sueños, o lo que queda de ella
- Arq. José Estribi

- 30 ago
- 2 Min. de lectura

Contemplar la majestuosidad de la iglesia de Natá, recorrer las casas coloniales de La Villa de Los Santos o sentir la brisa entre los portales de Las Tablas solía ser una experiencia que conectaba al visitante con siglos de historia, de lucha y de identidad panameña. Hoy, sin embargo, esa sensación se desdibuja lentamente entre el concreto mal planificado, los rótulos estridentes, edificios altos que rivalizan con las torres de las iglesias, que nada tienen que ver con el alma de estos pueblos. Lo que alguna vez fue símbolo de orgullo y pertenencia, hoy corre el riesgo de desaparecer por culpa de un ordenamiento territorial negligente y la falta de visión por parte de las autoridades locales y nacionales.
Es innegable que el crecimiento urbano es necesario, pero también lo es la
preservación del patrimonio. ¿Cómo es posible que centros históricos tan antiguos como el de Natá —uno de los asentamientos más antiguos de América continental— no estén debidamente protegidos bajo leyes que garanticen su conservación? ¿Por qué Las Tablas, La Villa, Guararé o Parita, cunas de tradición y cultura, siguen esperando una declaración oficial que reconozca su valor histórico?
La respuesta parece estar en una mezcla peligrosa de indiferencia y
desinformación. En lugar de incentivar medidas de conservación, a través de la
declatoria y regulación de sus centros Históricos, creando normativas urbanas que
respeten el entorno patrimonial, vemos cómo se permite la construcción
indiscriminada, la alteración del paisaje urbano y la pérdida progresiva de los
elementos arquitectónicos tradicionales. La identidad visual y cultural se
desvanece con cada teja que se reemplaza por zinc, con cada casa de quincha
demolida para dar paso a estructuras sin alma.
Como dice Alfredo en su pieza, la Tierra de Mis Sueños : “me mata la nostalgia, por
que todas las noches con dolor yo recuerdo, ese pueblito lindo, allá donde nací” el
sentimiento es inevitable, sobre todo para quienes crecimos en estos pueblos, o
para todos los niños citadinos, que pasaron los mejores veranos de su vida junto
con sus abuelos y primos entre las plazas tranquilas, las casas con corredores
amplios, con las abuelas tejiendo y cuchicheando, al igual que la calidez de un
entorno que parecía detenido en el tiempo. Los días pasaban rápido, pero hoy, todo
eso parece ser un recuerdo más de una historia que nadie se preocupa en
preservar.
Urge una política seria de ordenamiento territorial que valore el trazado y la visual
de nuestros pueblos, a través de la declaratoria inmediata de estos Centros Históricos; para que nuestros hijos y nietos puedan seguir viviendo y escuchando el misticismo del pito y el tambor en el Corpus Christi de la Villa, el rugido de los diablos sucios en Parita, la saloma del peón que arma la barrera en Guararé, las calles empedradas del Centro Histórico de David y el retumbar de la copla y el volador en Las Tablas, en una tarde de martes de carnaval.





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