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Emprendimiento, Crecimiento Personal y más... 

Foto del escritorGabriel Solano Lázaro

LA BITÁCORA DEL ANGEL PERDIDO - Cap. 1. El Despertar


Y paso todo así. Me di cuenta que más allá de las cuatro puntas del cuarto en que estaba, mas allá de esas paredes y de aquel tiempo enfermizo, más allá de todo lo que es y lo que no es, siguen extendiéndose camino extraños, de tonos impredecibles, nunca antes vistos.


Sentado ahí en un salón, otro punto al que me había visto obligado a llegar, vi como mis compañeros se evaporaron, así como agua bajo la presencia del sol. No fue de inmediato, pero fue rápido.


Uno tras uno todos desaparecieron con la rapidez de un rayo de luz que llega a la lámpara mas alta. Era como si se hubiesen desintegrado, como si el Dios del cielo, sin dudar se lo hubiese llevado. En esa época de mi vida pensaba mucho, bueno aún lo hago. Y pensé - ¿por qué no a mí?


El salon era grande y estaba oscuro. Era un día totalmente regular de clases, vi mi reloj y eran las 8:14 a.m, había pasado muy poco tiempo desde que inicio la jornada. Estaba hablando con un compañero que de alguna manera ya no recuerdo su nombre, de hecho no recordaba el nombre de nadie, había olvidado qué día era, y lo que había pasado en los últimos minutos. Pero podía sentir una profunda sensación de vacío, y unas memorias difusas; los gritos, las voces, las personas pidiendo ayuda mientras sus amigos desaparecían, el caos, y luego el silencio.


Tome mi celular, me tome una foto y una foto del salon, necesitaba inmortalizar ese momento, y recordarlo. Sentí una profunda frustración, estaba inmóvil y no sabía qué hacer.


Recuerdo que escuchaba claramente las voces de mis compañeros, aunque él salon estaba vacío. Mire por todos lados, sentía gente a mi lado, miraba los puestos sin vida donde hace unos minutos estaban todos a los que quería o decía que quería. Mire por la ventana y solo había silencio. Vi un mundo diferente, diferente al de aquella mañana cuando el sol brillaba y los pájaros cantaban.


Ahora no había nada, no literalmente, me refería a las personas. No estaban. Y era eso lo que siempre había temido aunque nunca lo quise aceptar. Siempre me había sentido solo pero no al nivel de profundidad que sentí en aquel momento. Fue frustrante, algo así como una pesadilla de mi infancia, de ese tiempo que ya había dejado atrás, hace mucho rato.


Poco a poco fui recobrando la serenidad, y mis sentidos se agudizaron. Ví todo con claridad, los lápices, las calculadoras, la cartera de la profesora, los papeles, la palabras en el pizarrón, fui consiente del trazado de la tiza con la que se había marcado las palabras en el tablero, y podía ver como flashbacks de esos trazos. Vi la pintura de las paredes, y la madera de las puertas, pero podía ver más, podía ver la forma sus vetas, su composición, y podía sentir cuando fue cortada, transportada, empacada, y recordé los origines del bosque en que había sido arrancada, y vi brevemente el brote de donde había nacido el árbol que compuso esa puerta. Pero esto fue solo un instante, y regrese nuevamente en mí.


Vi todos los colores y texturas de aquel lugar con una agudeza visual que nunca había tenido antes, me quite los lentes y ya no los use.


Fue entonces que me levante y abrí la puerta de mi antiguo salón, pero no salí. En el aire silencio, y murmullos lejanos que terminaban clavados en mis oídos. Era una vista majestuosa de lo que sería ciertamente como un sueño para algunos. - ¿Era así cómo se vería acaso el fin de los tiempos? - me pregunte y me dije - La verdad que esa gente del salón no me caían tan bien, y esa profesora me parece que hablaba mucho.


En esos instantes y en medio aun de mi confusión, me pregunte ¿dónde estarán mis papas? ¿donde estaría aquella madre que siempre ha luchado por mi? Mi mente se nublaba, y entraba en un trance de pensamientos confusos, claridad, y confusión nuevamente.


Había llegado el momento, por fin, en que las lágrimas de mi rostro no valían ni significaban nada, donde el grito y el llanto eran lo mismo. En ese día de verano las cosas cambiaron para mí, y supe que nadie me iba a escuchar o eso debía averiguar.


Era complicado, me sentía como viviendo un apocalipsis totalmente fantasioso, sin trompetas, ni ángeles del cielo. Solo sonidos entre cortados, resguardados por sin fin de paredes, y los murmullos que no se acababan. Ese día debía averiguar qué me deparaba el vació. Sabía que aquel inmenso mundo tan grande, corrupto, imperecedero, no podía haber cambiado en tanto, ¿porque lo haría?


Aquel día pensé bastante, recuerdo el agotamiento de mi mente, me preguntaba cosas y no encontraba la respuesta. Ese día no explore mucho, trate de hacer llamadas pero ninguna funcionaba, y me sentía profundamente cansado y me quede dormido. En mi sueño hablaba con mis padres.


-Hijo, llegará el momento en que estes solo - me decía mi padre mientras tomaba el café reclinándose en su sillón. - Es el ciclo de la vida. Cuando las palabras dejen de sonar, cuando las aves del cielo dejen de cantar y las nubes detengan su paso, es ahí cuando deberas tomar una decisión. - Me desperté con estas ultimas palabras resonando aún en mi cabeza.


Me había quedado dormido en el escritorio de la profesora, y caí en cuenta que era posible que realmente él que había desaparecido era yo.


Tenía que salir de ahí y así lo hice. Cruce la calle.


Me encontré en unas tiendas que solían estar repletas de gente de todo tipo y entre en la primera puerta que vi. No había nadie.


Observe detenidamente la tienda, en el mostrador aun permanecían intactas una bebida y algunas monedas esperando ser cobradas y pagadas respectivamente. Yo solo tome lo que era necesario para mí, tome una bebida de avena de esas que tanto me gustaban, aún estaba fría, y una galleta de vainilla, de esas que me recordaban tanto a cuando estaba niño, y la vida era más simple. Salí de la tienda. Después de un rato caminando, explorando las calles solitarias y sin brisa, me encontré en una banca y pensé.


-¿Cómo es esto posible? - Y mientras comía algo, seguí.

-¿Qué esta pasando realmente? - me dije y me calme un poco - Quizás morí y no lo sé aún, pero de verdad pensé que el lugar sería más bonito miren este desastre, todo esta tirado. Y mi mente se nublaba y regresaba al mismo lugar, aunque en ocasiones un humor sombrío se apoderaba de mí.


- ¿Qué será de mi mañana, que haré? ¿Cómo viviré si solo me tengo a mí mismo. ¡Qué haré! - Y mi voz, y suspiros eran el único sonido, aparte de una ocasional brisa que atravesaba los edificios y bajaba hasta la calle.


Nunca me había importado el mañana, en esos momentos que sería de mí era una pregunta clave, y su respuesta solo dependía de mí, o eso creía; pero quizás era parte de un plan mas grande, un esbozo de tiempo trazado en un canva más complejo y antiguo de lo que podía imaginar.


-Cálmate -dijo una voz y me volteé de inmediato.

-¿Quién dijo eso? - Me alarme, era lo primero que escuchaba en casi 24 horas. Silencio, no hubo más respuesta.


Me vi el antebrazo, y me percaté de un lunar blanco, que brillaba intensamente debajo de mi muñeca izquierda, y parpadeaba pero no dolía. Brillo y luego se opaco. Ese lunar nunca más se iría.


Ya había consumido lo poco que había sacado de la tienda, y decidí seguir mi camino. A dónde iba, ni yo lo sabia para entonces. Por increíble que parezca hasta ese momento no me había percatado de lo extraño que estaba el cielo. Aunque sí había notado su peculiar oscuridad, no había notado la bruma malsana que cubría todo.


No eran mas de las diez de la mañana, o por lo menos eso decía mi viejo reloj de mano de cadena plateada, aunque se había vuelto más opaco con el paso de los años, seguía siendo uno de mis recuerdos más preciados de mi abuelo, y ese reloj había visto mas aventuras que yo hasta ese momento, pero aun tenía mas historias que observar.


Una tarde prematura cubría el día. Las nubes en el cielo no avanzaban y el cielo por su parte se mantenía inmutable como si nada ni nadie nunca lo hubiese molestado. Llegue pronto a una calle sombría. En mi muñeca, el destello blanco seguía ahí.


Mire hacia todos lados, el silencia permanecía, y la brisa estaba quieta. El semáforo indicaba avance con una permanente luz verde, pero aun así nada pasaba. En esos momentos la desesperación era tan grande que comencé a correr.


Estaba viendo hacia todas las direcciones, de verdad era como una de esas películas de terror del fin del mundo, pero no había destrucción los autos estaban vacíos. Me acerque a un viejo auto Mercedes W123 color rojo, no había nadie. Pero al entrar sentí un fresco aroma a primavera, dulce como los lirios, y era como sentir el perfume de una mujer recién bañada, luego de una noche profunda de descanso.


Me acerque a otro auto. Era un deportivo, un Porsche Carrera GT, gris perlado. Wao, claro que conocía ese carro, tenía un cuaderno y replicas miniaturas de ese auto en mi habitación. Era hermoso, quizás el ahorro de toda la vida de un viejo soñador, o quizás solo el juguete nuevo de un niño de papi. De cualquier forma de seguro nadie lo dejaría atrás sin una buena, explicación. Y sucedió lo mismo otra vez, sentí otra presencia humana, lo había sentido en el primer auto donde estuve.


La sensación era como si una persona acabara de bajarse del vehículo, y hubiera dejado estampada su presencia en el lugar. Pero aun así, al igual que el otro, estaba vacío. Nuevamente era la misma historia. Deje la búsqueda inútil de personas por ese momento, y me ensimisme mirando el horizonte. Termine caminando sin sentido, dirigido hacia cualquier lugar. Quizás lo que en verdad buscaba era encontrar a alguien que me pudiera explicar lo que estaba pasando.


Y entonces ese lunar en mi muñeca, brillo nuevamente, y dijo:


-¿Qué quieres saber? - La voz que me respondía, me hablaba directamente a mi mente.

  • ¿Quién eres? - le dije mientras tomaba mi apretaba mi mano izquierda con mi mano derecha. -¿Como entraste en mi cuerpo y mi mente?

  • Siempre he estado aquí, solo que ahora puedes verme. - Me dijo y continuo, puedo sentir tu preocupación pero todo estará bien solo debes terminar de despertar.

  • ¿Dónde estoy? -le pregunte.

  • No estás en casa.

  • ¿Quién eres? ¿Qué eres? ¿Dónde están todos? ¿Porque no hay nadie? - seguí preguntando, pero el brillo en mi muñeca se había ido, y ya no respondía. No podía controlarlo.


Seguí caminando, el día continuaba. Las calles, los locales, las estaciones de gasolina, los supermercados, todo, lucia como si el tiempo se hubiera tomado un descanso y no quisiera regresar. La tranquilidad abrumaba, el cielo permanecía inmutable y la temperatura del día lentamente iba en descenso, era la primera vez que lo notaba. Pase muchas calles desiertas, hasta que llegue a una vieja plaza, pieza fundamental en una infancia ya olvidada.


Mire mi reloj, el minutero ya no marcaba la hora, pero esta vez no le preste atención. Aquel lugar era como un baúl de recuerdos para mí. De pequeño mi padre me llevaba a aquella plaza todos los martes en la tarde, lo hacia martes porque era el único día que salía temprano del trabajo, nunca supe de que trabajaba.


-¿A dónde quieres ir hoy? -decía mi padre, cada vez que el martes llegaba.

-A la plaza del ocaso. ¡Papa, llévame a la plaza del ocaso! - Eso era lo que contestaba siempre.


La ultima vez que lo vi también había sido en aquella plaza, se marcho un día para nunca más volver. Muchos años después me encontraba en aquel mismo lugar, y lo único que había cambiado era unos arboles que lucían un distinto color.


Empezó a oscurecer. Los arboles no estaban normales, me había dado cuenta, eso lo único distinto que notaba en aquella plaza. Mostraban un brillo rojizo sobre su troncos marrones. Nunca había visto algo así, y me percate que hasta entonces ya había vivido muchas cosas nuevas para mí. Me acerque a uno de los arboles, puse mi mano sobre su tronco, estaba seco.

El árbol parecía totalmente muerto, pero sus ramas mostraban cientos de hojas rojas, hermosas ante mi vista.


En aquellos momentos sentí tantas dudas, dudas sobre mí, dudas sobre la vida, y dudas sobre todo eso que se posaba a mi alrededor. Y entonces cayeron. Suave y delicadamente las hojas que reposaban sobre uno de aquellos troncos marrones comenzaron a caer. Una por una en un principio y luego cien a la vez. El suelo de todo la plaza se tiño del rojo marrón que antes solo tenían los arboles.


Cuando habían caído casi todas las hojas, me percaté que en uno de los arboles en la cercanía quedaba una hoja en la rama mas distante de su entereza. Y se deslizo calmadamente al suelo, me acerque a toda prisa y la tome con mis manos, y cuando la alcance solo la pude rosar con las yemas de mis dedos para ver como esa hoja se deshacía en la palma de mi mano.


Sentí nostalgia y no sé porque. Parecía como si otoño hubiese llegado a un lugar en el mundo donde solo se veían dos estaciones al año. Pero no termino ahí, al cabo de unos segundos, o así pareció, todas las demás hojas del suelo de deshicieron hasta que todo quedo sombríamente quieto.

Siguió oscureciendo y la temperatura bajo mas de improvisto mientras el viento ululaba. Mi cuerpo ya había comenzado a temblar para calentarse. Sentí el aire frio entrar a mis pulmones, y ese frio se filtraba por todos mis cuerpo.


Me di cuenta que si me quedaba más tiempo al aire libre me congelaría y no exageraba. Trate de regresar a casa, pero a decir verdad me hallaba muy lejos. Aquel suburbio olvidado de una olvidada ciudad donde estaba mi hogar, parecía solo un recuerdo distante aunque había estado ahí ayer, o antes de ayer, no lo sabía.


El tiempo puede llegar a ser en ocasiones tan solo una ilusión, pero de cualquier manera en ese momento se acababa mi tiempo.


Continue caminando, pero me sentí nuevamente muy agotado. En algún lugar debía encontrar refugio, por lo menos para descansar un rato. Era un oscuro y frio día.


Sali de la plaza, tome la primera calle a la izquierda desde la parte trasera de donde me encontraba. Fue entonces cuando un sonido penumbroso volvió escombros el silencio perpetuo al que poco a poco me había acostumbrado.


Era un graznido siniestro, comparable con nada de lo que hubiese escuchado en mi vida con anterioridad. Mire el cielo y quede asombrado. Un ave de tamaño incalculable se abalanzaba con su mirada fija y en dirección hacia mí. Sentí pánico y me paralice.


Solo pude correr unos cuantos metros, para tropezar con un bache en la calle y caí. Aquella ave inmensa paso rozándome la espalda, me mantuve en el suelo asustado.


Sentía el pavimento en mi rostro, y la sangre en mis manos que se apoyaban en el suelo. Comencé a transpirar un sudor seco debido al susto y al frio del aire. Tenía unos diez segundos para levantarme antes de que el ave atacara nuevamente. Me levante y he dado la mejor carrera que recordase en la vida. Tire un pique como decían mis amigos, y solo corrí.


Mire atrás, aquel monstruo que me perturbaba seguía ahí, y me perseguía con ira. Unos sonidos irritantes, más agudos que claros rasgaron el cielo, y el graznido fue tan fuerte que los vidrios de los carros cercanos se quebraron.


-¡Ayuda! -grite. - Sé que no he sido el mejor de los hombres, pero si hay alguien ahí que me escuche, pido por mi vida. ¡Ayuda!


Me sentí levemente con los ánimos recobrados y seguí corriendo por mi vida, el corazón estaba tan acelerado que sentí que en cualquier momento lo tendría en mi manos, las piernas me temblaban y la adrenalina corría por todo mi cuerpo.


Mi temperatura corporal se iba incrementando debido a la emoción y a la adrenalina de la huida. - ¡Raahhh, raahhh! - el graznido terrible de ese animal, me hizo temblar nuevamente.


  • ¡Raahhh, raahhh! - seguía y yo corría.


El cielo gris y aquel dios ave que rasgaba el cielo seguía tan imponente como con el primer ataque. Mi cabeza se movía hacia todos lados en forma de una especie de radar buscando escondite, hasta que vi mi escape. Había una vieja iglesia de piedra, ubicada como por obra del destino a cincuenta metros de donde me encontraba.


Mi respiración amainaba el tiempo apremiaba, y mi paso por necesidad aceleraba. El ave había volado tan alto, y un silencio recorrido el aire antes de que bajara nuevamente con fuerza para dar su golpe fatal. Yo tenía la esperanza de que el ave se fuera, pero en el fondo de mi alma sentí que había llegado mi hora.


Llegue a la puerta de la iglesia de piedra, y esa criatura negra seguía atrás de mí, sus ojos infernales fijos en mi espalda, y ya me pisaba los talones. Empuje la puerta de la iglesia pero no abrió. Grite, pero nadie escuchó. Resignado, di gracias y acepte mi muerte. Me voltié para recibir el impacto, y dar mi ultimo suspiro antes de morir.


-Tírate al suelo, ahora. ¡Hazlo ya! - Dijo la voz que emanaba del lunar en mi muñeca. Y obedecí. El ultimo recuerdo que tengo es la imagen de aquel demonio dirigiendo sus garras a mí y perdí la conciencia.







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